Mi Novela Actual

Capitulo I

Ya desde muy pequeño me dí cuenta de que la realidad no era algo inamovible e independiente de nuestros sentidos y pensamientos como la mayor parte de la gente cree. Mirando hacia atrás, he llegado a la conclusión de que mi vida ha sido poco más que el proceso de profundizar en esta idea y de que el resultado de ese proceso ha sido encontrarme en esta terrible situación actual.

Creo que el proceso se inició cuando empece a plantearme como podía estar yo seguro de que los sitios que visitaba seguían existiendo cuando me volvía a mi casa en Oviedo. Recuerdo que cuando le comenté esto a mi madre, su respuesta fue decirme que si me creía que los pueblos los construían justo antes de visitarlos yo y los desmontaban al marcharme. Después me dio un par de besos, y con una gran sonrisa comentó "hay que ver que cosas tienes". Obviamente no me dí por satisfecho con esta respuesta y decidí preguntarle a mis compañeros de colegio, ya que pensé, con una lucidez que ahora me sorprende, que quizás la visión que mi madre tenía del tema podría deberse a que que la mayor cantidad de años vividos le habían llevado a, por así decirlo, acostumbrase a tomarse los hechos como venían, sin pararse a analizarlos en profundidad.

Así, comencé a tratar el asunto con mis coetáneos. La reacción de mis compañeros de clase cuando les planteaba mi dilema iban desde la burla a la más absoluta indiferencia, pasando por la preocupación por mi estado mental, de los más considerados. Lo que más me extrañaba era que a nadie se le hubiera pasado por la cabeza, aunque fuera para descartarla inmediatamente, esa posibilidad y que, cuando yo se la comentaba la rechazaban de plano, como si la idea fuera tan descabellada que no mereciera la pena malgastar ni un solo minuto en considerarla. A pesar de la incredulidad que suscitaban mis consideraciones, una de las respuestas más agresivas de un compañero, que me contestó algo así como que qué pasaba con la gente que yo iba a visitar cuando yo no estaba, ¿se esfumaba?, me hizo tomar en consideración algo en lo que no había reparado hasta ese momento.

En efecto, ¿qué pasaba con las personas a las que visitaba cuando yo estaba en mi casa?, es más ¿que sucedía con mi padres cuando yo iba al colegio?, ¿y con mis compañeros de colegio y profesores cuando yo estaba con mis padres?. Aquel comentario despectivo, contribuyó a que, lo que no era más que una curiosidad insatisfecha de un chiquillo de once años, se convirtiera en la obsesión que me ha llevado a arruinar mi vida.


Capitulo II

Releyendo lo escrito hasta el momento, me he dado cuenta de que quizás he dado demasiada importancia al comentario del compañero de clase. Ese comentario sólo aceleró el proceso, y de no haber sido pronunciado, la obsesión que actualmente me atormenta hubiera acabado aflorando, de otra manera y con otro ritmo, pero hubiera aflorado igualmente.

Porque a lo que me llevó ese comentario en aquel momento de mi infancia, fue a pensar hasta que punto eran reales las personas y los lugares fuera de mi mente. Por tanto, empece a considerar que el mundo externo podría ser fruto únicamente de mi pensamiento. Existía otra hipótesis alternativa que también empezó a pasar por mi cabeza: alguien, no necesariamente Dios, había construido este mundo para mí, por alguna razón que se me escapaba.

También esa época se me ocurrió la manera de comprobar si mis hipótesis eran acertadas o por el contrario el mundo externo era absolutamente real e independiente de mí. El razonamiento que me hice fue el siguiente, si este mundo no era real y estaba construido o por mi pensamiento o por un agente externo, debería tener algún fallo, alguna incoherencia. Si encontraba esos fallos en la realidad, entonces yo estaba en lo cierto, si no los encontraba y todo encajaba perfectamente, entonces el mundo externo era real, a no ser que el agente externo fuera Dios. Sin embargo rechacé esta posibilidad enseguida porque no encontré ninguna razón plausible por la que Dios fuera a crear un mundo en el que todo girará alrededor mío.

Como se pueden imaginar desde aquel momento, me dedique en cuerpo y alma a la búsqueda de incongruencias: cada vez que pasaba por una calle nueva anotaba mentalmente las calles que salían de ella y las cotejaba con un mapa al llegar a casa. También buscaba afanosamente por Oviedo gente, especialmente familiares, que vivían en ciudades lejanas y que sabía que debían estar en esas ciudades y no en Oviedo en ese momento. Otra tarea era comparar las versiones, que de un mismo hecho, me daban diferentes personas.

Tras unos meses de investigación no encontré ninguna incongruencia, por así decirlo, flagrante. Las pequeñas contradicciones que encontraba, eran fácilmente explicables. Así, si en algún mapa no salía una calle era porque la calle era de reciente apertura y el mapa era anterior a su inaguración. Si las explicaciones de dos personas sobre un hecho no cuadraban en un primer momento, se lo hacía saber a alguna de ellas, y siempre rectificaba el dato problemático. Recuerdo una tarde en que casi me dio un vuelco al corazón, cuando creí ver cerca de mi casa a un tía mía que vivía en Barcelona, con la que había hablado esa misma mañana sin que ella hubiera hecho ninguna mención a que estuviera en Oviedo. Tras un disimulado seguimiento,en aquel momento había decidido que lo más sensato era mantener en secreto mis investigaciones sobre la realidad, cuando conseguí verla de frente sin que ella me advirtiese me dí cuanta de que no era mi tía.

Como habrán advertido ustedes, el razonamiento que me hice para demostrar si mi teoría era cierta o no, tenía el punto débil de que nunca se podía estar absolutamente convencido de la realidad externa, ya que su comprobación se basaba en que yo no encontrara incoherencias, no en que no las hubiese. Sin embargo, tras unos meses de búsqueda y de comprobar que cuando yo salía por la puerta de mi casa, iba a dar siempre a la misma calle, que cuando cogía el autobús número cuatro, llegaba siempre, tras diez paradas a mi colegio, dónde me encontraba a los mismos compañeros y profesores, decidí que si el mundo no era real, al menos lo parecía y que, en cualquier caso, lo más practico era vivir como si el mundo externo fuera tan real como mis propios pensamientos.

Ahora me doy cuento de lo acertado de aquella decisión y maldigo el momento en que muchos años después, determinados acontecimientos hicieron cambiar este esquema. Pero no quiero adelantarme, así que sigo contando las experiencias por orden cronológico. Como ya he dicho, tras mis primeras indagaciones sobre la existencia de los lugares cuando yo no estaba en ellos, decidí continuar mis comprobaciones sin compartirlas con nadie, de manera que nadie me tomará por un loco. No sé si alguien advirtió algo raro en mi conducta durante aquellos meses, creo que no. En cualquier caso, de lo que estoy seguro es que tras tomar la decisión de seguir mi vida, como si aquellas ideas no hubieran pasado por mi mente, todo volvió a la normalidad.


Capitulo III

Tengo que decir que soy algo reservado y que siempre me ha gustado disfrutar de mis momentos de soledad. Esto no quiere decir que no haya tenido algunos amigos, o mejor dicho amistades, en las diferentes etapas de mi vida y que haya tenido momentos de una vida social relativamente intensa. Sin embargo este no fue el caso de mis últimos años de colegio ni el de los primeros de instituto. Mi vida se limitaba en aquellos años a ir al colegio, estudiar, poco, en casa y a salir con mis padres de excursión.

Creo que fue por esa época, a los dieciséis años, más o menos, cuando se murió en un accidente de coche un compañero de instituto. El suceso, lógicamente, creo una gran convulsión en mi circulo social. Los comentarios fueron los habituales en estos casos, que si se moría sin haber empezado apenas a vivir, que si los padres estarían destrozados, que parecía increíble que no volviéramos a ver a Fernando, que así se llamaba el chico, nunca más. En fin, lo previsible. Sin embargo mis pensamientos de aquel momento iban por otro lado. Yo tenía un cierto grado de amistad con aquel chico y me llamaba la atención su modo de ver la vida, tan distinta a la mía. Era una persona cuya vida giraba en torno a las mujeres, estaba obsesionado y decía que todo lo que hacía en la vida estaba encaminado a tener éxito con ellas. En cualquier caso era un enigma lo que realmente pasaba por la mente de ese chico cada día y, cuando me entere de su muerte lo que se me ocurrió fue que una forma de entender el mundo se había ido para siempre.

Este hecho me llevo a pensar, lo valiosa que es la vida de una persona y que cuando alguien se va, se pierden para siempre muchas cosas: los temores que afloraban en sus noches de insomnio, la pesadilla que se repitió tantas veces en aquella etapa tormentosa de su vida, ese encuentro que le marcó para siempre, el libro que le abrió nuevas perspectivas, ese cuadro que le conmovía siempre que lo contemplaba, sus emociones al ver su película favorita, el tropiezo del que le costó tanto levantarse, el logro que tanto significo para él a pesar de su aparente irrelevancia, la vuelta a casa tras haber recibido la sonrisa de la chica que le gustaba, el regreso tras ese fracaso en el trabajo, la libertad que sintió en determinadas noches de excesos, esa conversación de la que se arrepintió nada más terminarla o aquella que tantas veces ensayo sin llegar nunca a atreverse a pronunciarla, ese sentimiento de omnipotencia tras sacar adelante un encargo difícil en su trabajo, los momentos de comunión con un amigo, las oraciones elevadas a Dios en momentos de zozobra, el amor por los miembros de su familia y el desprecio que sintió no sólo por acciones de los otros sino, sobre todo, por alguna conducta que nunca se perdonaría. Porque, aunque de alguna manera parte de esos sentimientos perviven, ya que puede seguir en este mundo la mujer que siendo una chica le sonrió, o el amigo al que le contó sus emociones ante el cuadro, el libro o la película, o el compañero con el que tuvo esa conversación decisiva, o el hermano con el que compartió noches de diversión, siempre quedan sentimientos o emociones que nunca se comparten, y aunque se compartan nunca se consiguen transmitirse de manera precisa. Y aún en el caso de que se consiguiesen transmitirse con exactitud, sería imposible que todos esos momentos decisivos fuesen conocidos por una sola persona. Y si finalmente ese grupo de personas que conocen determinadas facetas de la persona en cuestión, se reunieran para poner en común todos estos aspectos siempre faltaría el individuo que unifica todos esos sentimientos y les dota de coherencia y es capaz de explicar, anque quizás no con palabras, los hechos o actitudes aparentemente contradictorios de su vida.

Todo eso pensaba en los días posteriores a la muerte de Fernando, aunque como se suele decir la vida siguió, y poco después conocí a María. Pero eso es otra historia y además creo que por hoy ha sido suficiente


Capitulo IV

Como decía, fue en los últimos años de bachillerato cuando conocí a María. Ella pertenecía al grupo de cinco o seis compañeros de clase que salíamos juntos los fines de semana. Ella no iba a nuestro instituto pero era amiga de una de las chicas del grupo. Al principio no me llamó demasiado la atención: estatura media, pelo castaño, bien proporcionada. Sin embargo me sentía cómodo con ella y yo le solía contar mis pequeñas confidencias. Sin embargo se dieron una serie de coincidencias, que hicieron que los otros miembros del grupo se fueran apartando hasta que, casi sin notarlo empezamos a salir solos y una noche ella se lanzó. Reflexionando años después sobre las coincidencias que acabo de mencionar, me di cuenta de que o bien habían sido forzadas por María o bien fueron muy bien aprovechadas por ella. Sé que es una forma muy poco romántica de referirme a mi primera novia, pero estoy convencido de que las cosas sucedieron como las estoy contando.

Y no es que yo me sintiera incomodo con la situación, sino más bien todo lo contrario. La relación con María siguió siendo la de la confidente que además ahora me llevaba a casa de sus padres cuando estos se iban de fin de semana a una casa en la costa. Mis primeras relaciones sexuales me sirvieron sobre todo para satisfacer mi curiosidad y sacudirme algún complejo. En cualquier caso no voy a entrar en detalles, siempre he sido muy pudoroso con estos temas e, incluso ahora en esta situación, no encuentro ninguna razón para entrar en más honduras.

Fue también por esta época cuando entre en contacto por primera vez con la filosofía gracias a la asignatura que se cursaba en el último año de bachillerato. Las primeras clases me dejaron indiferente, ya que tanto los filósofos griegos como los escolásticos y renacentistas no me causaron la menor impresión. Sin embargo recuerdo que cuando el profesor empezó a explicar el pensamiento de Descartes casi me caigo de la silla. Era la primera vez que escuchaba que alguien compartía mis dudas sobre la existencia y, aunque Descartes partía de la teoría del genio maligno para refutarla de inmediato, el mero hecho de que una persona tan importante para el pensamiento occidental, dudará de la realidad que percibimos a través de nuestros sentidos me llenó de un sentimiento a medio camino entre la satisfacción y la tranquilidad.

Después de la clase comenté la hipótesis de Descartes con el profesor. Aunque la asignatura, como he comentado antes, no me había llamado la atención hasta el momento, si lo había hecho el profesor. Era el Señor Romay, como así se llamaba, un gallego con ese sentido del humor tan particular que tiene alguna gente de esa tierra. Pero lo que más me admiraba en él era la pasión que ponía al explicar la obra de los filósofos y su forma tan particular de transmitir sus conocimientos, que era muy difícil de seguir por la velocidad con la que iba exponiendo los temas y los complicados gráficos que dibujaba en la pizarra. Recuerdo que cuando llegamos a Hegel, repartió un diagrama que trataba de explicar la filosofía del alemán mediante tres hexágonos concéntricos, atravesados por seis líneas que unían el centro con cada uno de los vértices, de manera que se formaban 24 celdas, dentro de cada una de las cuales había un concepto de la teoría de Hegel, colocado, al parecer, en el lugar apropiado en relación al resto de conceptos. Huelga decir que nadie entendió aquel gráfico, pero creo que nunca olvidaré el entusiasmo con el que lo explicaba y aquel comentario que hizo de que "es que lo franceses son únicos esquematizando conceptos", pues el esquema era, al parecer de algún autor galo.

A lo que íbamos, cuando le comenté mi interés por la hipótesis del genio maligno, el señor Romay mostró una expresión de sorpresa, ya que él estaba convencido de que estos temas, aunque a él le parecían trascendentales, a la mayoría de sus alumnos le resultaban indiferentes. Tras recobrase de esa primera impresión, me dijo que esa duda sobre la realidad externa, era el punto de partida de los sistemas filosóficos de muchos pensadores. Esto, me llevo, por un lado a seguir las clases con un gran interés, y por otro a considerar seriamente la posibilidad de elegir la carrera de filosofía. Ya desde hacía un tiempo, me preocupaba no tener claro que estudiar después de finalizado mi bachillerato. La verdad es que no sentía ningún tipo de vocación por ninguna carrera y había medio decidido estudiar Económicas por un sentido meramente práctico.

Lo que curiosamente no pasó, tras darme cuenta de que no había sido, ni mucho menos, el primero en dudar de la realidad del mundo exterior, es que reapareciese mi vieja obsesión. Creo que podría afirmar que sucedió lo contrario, que al comprobar que mis vacilaciones habían sido compartidas por gente tan eminente, la vieja obsesión fue perdiendo fuerza, hasta convertirse en un recuerdo lejano y amable. Pero no se extinguió, quedó un rescoldo que, años después rebrotó hasta alcanzar las dimensiones que hoy tiene, como cuando a una hoguera que parece apagada se le insufla, en el momento adecuado, un poco de aire, y aquel inofensivo fuego se convierte en un incendio de consecuencias devastadoras.

Capitulo V

Finalmente no estudie Filosofía. En aquel momento se impuso mi sentido práctico y empecé Económicas. Durante mis primeros años de universidad no hubo grandes novedades. Estudie la carrera en Oviedo, con lo que seguía en casa de mis padres, continuaba con mi novia y quedando con mi reducido circulo de amistades de siempre. Lo único que cambió es que en vez de ir al instituto, iba a la facultad, lo qué en ningún caso supuso un gran cambio.

No sé si lo he dicho antes, pero ya desde aproximadamente los quince años me sentía frustrado porque mi vida no había sido más que una sucesión de etapas previsibles: colegio, instituto, universidad, con las interrupciones veraniegas de las vacaciones en el pueblo de León al que me llevaban mis padres cada agosto. Consideraba en esos años que no me había pasado nada reseñable, ni para bien, ni mucho menos para mal. Anhelaba un episodio que diera la vuelta a mi vida, algo que me probara y que me hiciera saber si yo podía manejar situaciones complicadas o bien me dejaría llevar si alguna situación extraordinaria se cruzaba en mi existencia. Ahora sé la respuesta y, desde luego, no me gusta.

Mi vida social durante mis primeros años de universidad fue a peor, el no ver a mis antiguos compañeros de instituto, me fui alejando de ellos. Además, en el segundo año de carrera dejé de salir con María. No fue una ruptura traumática, sino que ocurrió de manera similar al comienzo del noviazgo. Poco a poco fuimos espaciando nuestras salidas, hasta que un día María comento que lo nuestro no tenía mucho sentido. Yo no pude más que darle la razón y desde ese momento la ruptura, por decirlo así, se oficializó. Seguí viendo a María las pocas veces que quedaba con mis antiguos compañeros de clase y nuestra relación siguió teniendo ese punto de complicidad, que creo que era lo único destacable de nuestro noviazgo. A los pocos meses empezó a salir con un compañero de Derecho, no sentí ningún tipo de celos, el chico me caía bien, me alegré por ella.

En cualquier caso mi vida universitaria distaba de ser ese periodo de agitación, en el que uno se apunta a asociaciones universitarias más o menos revoltosas, sale con chicas o queda por las noches con sus amigos para salir de juerga. Además la carrera no me gustaba, tenía muchas dudas de si había elegido bien y por algún momento se me cruzó por la cabeza dejarla y empezar filosofía, pero no me atreví.Como hasta aquel momento, tomé la decisión más previsible, que era la que pasaba por dejarse llevar. Todo esto hizo que pasara por un estado de melancolía que duró hasta el inicio del tercer año de carrera. Recuerdo la desazón que sentía al llegar muchos fines de semana y no tener ningún plan mínimamente apetecible. En aquel momento hasta deseaba que llegará el lunes, porque aunque no lo pasaba especialmente bien en las clases, al menos tenía un horario y una ocupación definida y, de esta manera, al menos los días pasaban más rápidos.

A pesar de todo, creo que nadie notó nada raro en mi conducta. Aunque cada vez salía menos, de vez en cuando mantenía cierto contacto social y, además, sin estudiar demasiado iba sacando las asignaturas. Si hago un repaso a mi vida creo que lo único que se me ha dado realmente bien es aprobar exámenes. Sé que es un balance poco emocionante, pero creo que es bastante acertado.

En el verano que siguió al segundo año de carrera, mis padres no fueron de vacaciones y, por tanto me quede en Oviedo. Tuve mucho tiempo para darle vueltas a mi actitud de aquellos últimos años. Estaba decidido a que mi vida diese un cambio radical y aunque, al principio, ese cambio fue gradual, poco a poco fue tomando velocidad hasta llegar a la situación de caída libre en la que me encuentro ahora.

Capitulo VI

El tercer año de carrera arrancó con ilusiones renovadas. Lo primero que cambié fue mi aspecto exterior: deje crecer mis patillas, empece a llevar vaqueros con parches y sustituí mis camisas de hilo por camisetas con más colorido. Así mismo decidí tomar cierta iniciativa en mis relaciones sociales, ahora era el yo el que descolgaba el teléfono sin esperar a que me llamarán. También me apunte a clases de intercambio de idiomas y, en vez de elegir el inglés, que era la opción más demandada, me apunte a clases de alemán, porque en ese momento me pareció que era una actitud, como decirlo, más bohemia. Finalmente decidí abandonar mis salidas en bicicleta en solitario y me uní a las rutas que organizaban un grupo de compañeros de universidad. Poco a poco, estas medidas fueron dando sus frutos, y si los fines de semana de los años anteriores eran casi un paréntesis entre las semanas de clase, ahora se convertían en un territorio lleno de alternativas.

Empece a salir por las noches. Creo que en alguna parte he escrito sobre mi timidez. Me considero una persona relativamente sociable una vez que rompo la barrera del contacto inicial. Pero por las noches no hay tiempo de superar esta barrera y el alcohol se convierte entonces en el atajo perfecto. Hasta ese momento nunca había bebido hasta emborracharme y ahora no había noche de juerga en la que volviera sobrio a casa y prácticamente no había fin de semana en que no saliera al menos un día. Con esto no quiero decir que acabará totalmente borracho todos los fines de semanas, pero sí que al menos cogía un punto, como se dice en mi tierra.

No recuerdo qué personaje famoso comentó, en una entrevista que leí por aquella época, que a él no le gustaba el alcohol sino sus efectos. No podía estar más de acuerdo con aquella frase. En mi, el alcohol, al menos durante esos años, producía efectos que sólo podría calificar como beneficiosos. En primer lugar me sacudía las inhibiciones y después me elevaba hasta un estado en el que se me abría, o al menos creía que me abría, a percepciones distintas. Durante esa fase las canciones sonaban mejor y tenían matices que no había apreciado hasta ese momento, y todo parecía, como decirlo, que estaba al alcance de mi mano. Me sentía en aquellos momentos omnipotente y entonces los problemas de la semana anterior se olvidaban y aquellas chicas que parecían inaccesibles tres horas antes, resultaban ahora más cercanas. Me resulta muy difícil expresar que pasaba entonces por mi cabeza. Y no me queda el recurso de decir que el que se haya emborrachado sabe a lo que me refiero, por que creo que a cada persona el alcohol le produce efectos distintos: a unos les hace aflorar sus obsesiones y entonces dan vueltas y vueltas sobre los mismos temas, otros sacan su lado más violento, algunas se vuelven más cariñosas, mientras que otros se tornan melancólicos. A mí sin embargo me encendía, era como si alguien tocase un resorte escondido en alguna parte de mi cabeza que hiciera que todo empezase a funcionar de manera distinta.

A pesar de lo que he contado hasta ahora, y aunque realmente disfrutaba de aquellas noches, notaba que les faltaban algo. No eran esas noches de excesos de las que hablaban las canciones o relataban las películas. Ni siquiera yo tenía el éxito con las chicas que algunos de mis compañeros de borracheras y les aseguro que no era por no intentarlo. Creo que hasta ahora no he comentado nada de mi aspecto físico, aunque nunca me he considerado guapo, no creo que ser feo: 1,80 de estatura, castaño, ojos azules, delgado. Pero sin embargo, mis relaciones con las mujeres se limitaban a mi noviazgo con María, cada vez más lejano en el tiempo. En fin, las salidas nocturnas se iban sucediendo y aunque seguía pasándolo bien, a medida que se iban sucediendo, iban perdiendo un poco la frescura de las primeras noches. Se repetían los mismos bares a las mismas horas, las mismas canciones y, casi siempre, las mismas caras. También se repetían mis fracasos con las chicas. Dependiendo de la noche, podía incluso pasarme ratos largos hablando con alguna , pero indefectiblemente el resultado siempre era el mismo: nada de nada. Todavía recuerdo las múltiples excusas que me ponían: eres muy simpático pero no eres mi tipo, eres muy simpático pero tengo novio, acabo de romper con mi novio y no quiero líos tan pronto, estás muy borracho, estoy muy borracha, no me gusta enrollarme con alguien la primera noche, me duele la cabeza, tengo la regla, me ha sentado mal la cena,...No sigo para no aburrirlos.

Y sin embargo, aunque esto pueda sonar raro lo pasaba bien durante aquellos intentos. Entablaba conversación con las mismas excusas peregrinas que todos los hombres hemos usado alguna vez, como preguntar si era la primera vez que iban a aquel bar o usando la excusa de estar de paso, pedir consejo sobre cual era la mejor discoteca para tomar la siguiente copa. Pero después, a medida que ganaba confianza, llevaba la conversación a territorios bastante menos convencionales. Algunas noches me hacía pasar por estudiante de filología y me dedicaba a hablar de mis trabajos sobre literatura comparada. Otras, en cambio, era una persona con problemas psicológicos que estaba siendo tratado con terapias innovadoras y entonces me ponía a comentar los pros y los contras de mi tratamiento. Estos son sólo dos ejemplos, pero tenía otros temas igualmente extravagantes. Se preguntarán entonces como conseguía mantener la conversación tanto rato, en primer lugar tengo que aclarar que muchas veces la conversación se moría cuando yo sacaba alguno de mis poco convencionales temas. En segundo lugar, trataba de adaptar la historia a mi interlocutora, para eso le preguntaba que estudiaba, cuáles eran sus aficiones y así, iba construyendo mi historia sobre la marcha.

Fue en una de esas conversaciones como me anime a leer a Kafka. Apenas me acuerdo de la chica que me lo comentó, soy incapaz de recordar su cara o su nombre. Lo que sí recuerdo perfectamente es que estudiaba filología hispánica y era una apasionada de la literatura. Entonces decidí contarle que estaba escribiendo un artículo sobre Borges para una revista especializada. Por aquel entonces, yo estaba fascinado con el escritor argentino, aunque sólo había leído un par de libros de cuentos. Cuando le mencioné a Borges, ella me replicó que si conocía a Kafka, que ella encontraba influencias del escritor checo en Borges. Yo por supuesto le dije que sí y empece a hablar de La Metamorfosis y del Proceso, únicos dos títulos que relacionaba con Kafka, como si los hubiera leído. Entonces, ella me respondió que el Proceso era un libro que había cambiado su concepción del mundo. Aunque la conversación se prolongó animadamente durante bastante tiempo, al final, no recuerdo porque razón, la noche acabó para mí como siempre, volviendo solo a casa. Sin embargo me acosté con la firme determinación de leer la novela de la que aquella chica me había hablado con tanta pasión.

No tarde en comprarla y en empezar a leerla. La verdad es que me gustó el libro, me resultaba muy atractiva su forma de hablar del complejo de culpa y como refleja el absurdo de determinados procedimientos burocráticos. Me llamó mucho la atención el soterrado sentido del humor que el libro destilaba en algunos pasajes. Sin embargo no entendía el modo en el que aquel libro podía haber influido tanto en mi interlocutora de aquella noche. Tuvieron que pasar unos años para entenderlo. De hecho ahora me resulta extraño que en mi primera lectura no me diera cuenta de algo que me resulto evidente cuando releí el libro años después.

Capitulo VII

Durante los dos últimos años de carrera continuó un poco la tónica del tercer año. Mi vida social seguía siendo relativamente agitada, sobre todo si la comparamos con otros periodos de mi vida, y por otro lado seguía completando mis estudios sin demasiadas dificultades. Así acabé la carrera año por año y al terminarla sentí una inquietud que se fue acrecentando durante el verano que siguió a los exámenes finales. Ese sentimiento era una mezcla de miedo ante el futuro y de emoción ante el horizonte que se abría ante mí. Porque era consciente que se había acabado la etapa de mi vida que consistía en dejarse llevar: ir al colegio que quedaba cerca de casa de tus padres, luego al instituto que te correspondía por el domicilio y finalmente acabar estudiando una carrera tan poco original como Económicas. Ahora era yo el que decidía si seguir estudiando un doctorado o si ir al extranjero a aprender idiomas o si, por el contrario, me agrraba a la primera oportunidad laboral que me surgiese. Finalmente, me decidí por esa última opción y tras una corta serie de entrevistas acabe en una empresa de Valdepeñas, propiedad de unos familiares de un compañero mio de instituto.

La verdad es que tuve opción de quedarme a trabajar en Oviedo, pero en ese momento sentía que debía cambiar de aires y Valdepeñas me parecía lo suficientemente alejada para que mis viajes de regreso fueron bastante infrecuentes sin tener que dar explicaciones. Es verdad que yo siempre me había considerado una persona de ciudad y Valdepeñas era mucho más pequeña que Oviedo y a priorí bastante menos atractiva, pero he de reconocer que, en determinadas ocasiones, y aquella era una de ellas, encuentro cierta gracia a someterme a determinadas penalidades.

Y allí me fui, recuerdo que antes del viaje traté de recabar información sobre aquella pequeña ciudad, en la que nunca había estado con anterioridad. Consulte alguna guía en la biblioteca municipal, en la que hablaban de que el centro neurálgico era la Plaza de España, dónde transcurría gran parte de su vida y, por supuesto de sus bodegas. El día que llegué, tras dejar las maletas en un hostal dónde iba a pasar mis primeros días, salí a dar una vuelta, y conforme avanzaba por las diferentes calles me dí cuenta de que aquello era más un pueblo que la pequeña ciudad que yo me había imaginado. Demoré intencionadamente llegar a la Plaza de España, porqué pensé que si aquello era el centro de la vida de Valdepeñas, y me causaba la misma impresión que el resto, la decepción iba ser muy grande. Tras dos horas de paseo esquivando la plaza, no pude resistirme más y entre en ella desde una de sus esquinas. Como temía, aquello distaba de ser un punto donde la vida hirviera. Y no es que no tuviera su ambiente con sus bares llenos y la gente cruzándola para ir de un extremo del pueblo a otro.

Ya por la noche en la cama de mi habitación, en ese momento del día en el que uno se para un momento a recapitular sobre los acontecimientos de la jornada, sonreí comparando lo que era mi primera estancia fuera de casa con lo que había imaginado que sería años antes. En vez de estar en una gran ciudad como Madrid o Barcelona, me encontaba en un pueblo que sólo me sonaba por el vino. Y es que si algo he aprendido en la vida es que las cosas nunca suceden como te las imaginas y que por tanto es una perdida de tiempo preocuparse por escenarios futuros que luego nunca llegan a darse. En cualquier caso aquel día dormí mal, nervioso, pensando en lo que me depararía la mañana siguiente, que sería mi primer día de trabajo. Había pasado por la tarde delante de la oficina de la bodega, pero preferí esperar a entrar al día siguiente, que era cuando empezaba mi contrato.

El trabajo resulto ser bastante llevadero, quizás demasiado desde mi punto de vista. Tenía jornada continua, de ocho a tres, y a pesar de ello me sobraba tiempo para sacar las tareas diarias, que por otro lado no eran demasiado excitantes: ayudar con la contabilidad, rellenar los formularios de la seguridad social o realizar las liquidaciones de los impuestos. Me costó poco hacerme con las tareas y a las pocas semanas ya estaba reclamando más trabajo. Mientras tanto, decidí seguir con mi plan de cuidar activamente mi vida social. En el trabajo era el más joven de la plantilla con diferencia, y aunque quedaba con algunos compañeros de vez en cuando para tomar unos vinos por la tarde, mis actividades principales durante el fin de semana consistían en participar en salidas en bicicleta organizadas por un club ciclista al que me apunte durante mi primer mes de estancia en Valdepeñas. Poco a poco fui haciendo amigos en aquellas salidas, lo que me permitió ir aumentando mi círculo social y quedar algunos sábados a tomar copas. Pero si la vida nocturna de Oviedo se me antojaba limitada, se pueden imaginar que era lo que pensaba de la de Valdepeñas. De todas maneras no me aburría, y en el fondo me acostumbre bastante bien a mi nueva vida. Mirando hacia atras, veo ese año que pase en La Mancha con cariño, sobre todo comparándolo con la etapa tormentosa en la que entró mi vida a continuación. Con la perspectiva de los años, mi estancia en Valdepeñas, se asemeja a la espera en la barra de un restaurante donde pasas unos momentos agradables tomándote una cerveza mientras preparan tu mesa. La comida, que en principio se presenta llena de posibilidades, pero que se torna en impredecible por la llegada de unos comensales inesperados, es el mejor símil que se me ocurre para describir lo que siguió después.

Capitulo VIII

Los meses iban pasando y yo seguía con mis salidas en bici, a veces sólo y otras acompañado, por aquellos parajes manchegos que tampoco se parecían a mis recorridos por Asturias. Mientras, el trabajo seguía su curso, sin ningún tipo de sobresalto, ni para bien ni para mal. Creo que fue a los siete u ocho meses de llegar cuando empecé a pasar algún fin de semana en Madrid. Iba a la capital porque un amigo de la universidad estaba cursando un master que se impartía los viernes y los sábados. Era Fran, una persona muy sociable y con muchas ganas de pasarlo bien. Había convencido a un grupo de los que estudiaban el master, casi todos iban subvencionados por sus respectivas empresas, para salir tras las clases del viernes a tomar algo. Al principio aquellas salidas acababan casi después de cenar, ya que todos eran conscientes del precio del master y algunos eran compañeros de empresa de distintas delegaciones y estaban recelosos de aparecer ante sus colegas como poco aplicados. Sin embargo Fran fue animando aquellas cenas y poco a poco las salidas se fueron alargando hasta el punto de que había sábados que algunos de los miembros del grupo, sobre todo Fran, llegaban tarde a clase porque se habían quedado dormidos después de meterse en la cama de madrugada.

Fue en aquel punto en el que yo empece a ir algunos fines de semana. Solía alojarme en la habitación de Fran, y allí planeábamos las salidas nocturnas o comentábamos el desarrollo de la noche anterior. En aquella época Fran y yo estábamos muy unidos. Aunque muy distintos, el tan abierto y yo con ese punto mio de introversión, siempre hemos congeniado muy bien. Nos conocíamos desde el primer año de universidad y con él había compartido muchas noches de juerga en Oviedo. Recuerdo lo que se reía de mi ante mis reiterados fracasos nocturnos, pero no se lo tomaba a mal. Yo, a cambio, le echaba en cara la poca calidad de sus conquistas, y estas disputas, sobre todo los días después de salir, nos hacían mucho más llevadera la resaca.

Fue entonces cuándo conocí a Eva. Era una de las participantes en el máster que, a veces, se unía al grupo nocturno de Fran. Como creo que lo mejor es no adelantarme y tratar de seguir el hilo de los acontecimientos voy a tratar de reflejar lo que que en aquel momento pensé de ella, a pesar de que sé que es prácticamente imposible. Creo que antes he comentado que nunca coincide totalmente la imagen que de una misma persona tienen sus diferentes conocidos, pero es que ni siquiera esta imagen es igual para cada uno de ellos a lo largo del tiempo. Existen casos extremos en que algún acontecimiento hace que esta visión que tienes de la persona en cuestión sea tan distinta en dos momentos de tu vida, que parece imposible que se trate de la misma persona. Ese es mi caso con Eva. De todas manera voy a hacer el esfuerzo de abstraerme de los acontecimientos posteriores y tratar de reflejar lo que en aquel momento pasó por mi cabeza. La verdad es que la primera vez que la vi me resultó atractiva físicamente, aunque no más que otras muchas. Intenté establecer conversación un par de veces con ella, en fines de semana que coincidimos ambos en el grupo formado por Fran. La verdad que ninguna de las dos veces conseguí romper el hielo, me pareció entonces distante y un tanto presuntuosa. Tengo que reconocer que las conversaciones no fueron demasiado largas y que quizás estas opiniones no estaban demasiado fundadas. En cualquier caso, me olvidé pronto de ella y me dedique a perseguir desconocidas por los bares de Madrid. Aunque casi nunca tenía éxito con aquellas chicas, al menos me seguía divirtiendo en el proceso.

También pertenecía a ese grupo Gonzalo. Era una persona algo reservada al principio, pero en cuanto empezaba a coger confianza se soltaba y su timidez inicial se desvanecía. Yo congenié con él casi nada más conocerlo, coincidía conmigo en su pasión por el ciclismo y tenía unos gustos literarios similares a los míos. Fue él quién me hablo de la posibilidad de ir a una entrevista en la empresa en la que trabajaba. Me contó que existían unas vacantes en el departamento de auditoría financiera, y me convención de que mandase el currículum. Así lo hice, poco convencido de que una empresa como es estuviera interesada en una persona con un perfil laboral como el mío. Sin embargo a las tres semanas me llamaron para una entrevista, y en ese intervalo, estuve estudiando unos libros que Gonzalo me había prestado. Esto unido a los consejos que el propio Gonzalo me dio sobre la lo que debía contestar a determinadas preguntas y a mi facilidad para superar este tipo de pruebas hizo que a la semana me llamaran para ofrecerme un puesto en la empresa.

Acabo de mencionar que tengo facilidad para superar las entrevistas de trabajo, también he escrito anteriormente que se me da muy bien aprobar exámenes. Creo que ambos aspectos están muy relacionados, de hecho me parece que las entrevistas no son más que exámenes con un tema que todos conocemos muy bien: uno mismo. Por eso, trato de prepararlas como si fueran un examen. Me informo sobre la empresa, analizó los productos y servicio que vende y quienes son sus clientes. Así mismo, si conozco alguien que trabaja en la empresa o tiene relación con un trabajador de la misma, contactó con él y trato de complementar la información con aspectos sobre el ambiente laboral o lo que la empresa espera de sus empleados. De esta manera me hago una idea bastante exacta de lo que debo responder ante determinadas preguntas que siempre te hacen. Además las entrevistas tienen la ventaja sobre los exámenes, de que basta superar una para lograr el objetivo, lo que hace que no me ponga nervioso. Todo esto compensa la timidez que muestro en mis primeros contactos.

Pero volviendo a lo que nos ocupa. Tras pensarmelo un par de días acepte el ofrecimiento dando un mes de plazo para cerrar los temas pendientes en mi actual empresa. Ese mes también lo emplee para alquilar un estudio en Madrid. El viernes que vencía el plazo, cogí el coche y me fui rumbo a la capital. Tenía veinticinco años y la sensación de que apenas había comenzado a vivir. Sentía una excitación, mezcla de curiosidad y expectativa, por la etapa que se abría ante mí, ya que tenía el presentimiento de que mi vida iba a entrar en una fase decisiva. Y no me equivocaba.

Capitulo IX

Recuerdo que en el viaje en coche hacia Madrid, iba pensando en mi relación con esa ciudad. Para los que somos de provincias, odio esta expresión pero la utilizó aquí por economía, Madrid nos causa una mezcla de fascinación y cierto temor. Me venían a la memoria mis primeros viajes a Madrid con mis padres, en los que me admiraba el metro, la Gran Vía, las prisas de la gente, pero sobre todo el tamaño, me parecía inabarcable mentalmente. Incluso mucho después, tras varios años trabajando en en la capital, me sorprendía a mi mismo contemplando la ciudad más como un escenario que como el lugar en que llevaba tanto tiempo viviendo.

Aquel primer fin de semana en Madrid, quedé con Gonzalo y alguno de mis futuros compañeros a cenar. Fue en esa cena dónde hoy hablar por primera vez de Alejandro. Alguno de los comensales se refería a él con admiración, entendí que se trataba de un gerente de algún departamento, pero en ese momento no le presté demasiado atención. El caso es que, aquella cena y la salida posterior, facilitaron que mi primer día en mi nuevo trabajo, ya que el ver caras conocidas en momentos en que casi todo es nuevo siempre ayuda. Como he comentado antes me asignaron al área de auditoría financiera. Entre como lo que en estas empresas se denomina como Junior, es decir personal sin experiencia profesional a los que se le encargan los trabajos de menos lucimiento. Tras recibir un curso de una semana, en el que empece a comprobar que mi experiencia en Valdepeñas, que yo creía que no me iba a ser de utilidad en mi nuevo trabajo, me ponía en clara ventaja con mis compañeros recién salidos de la facultad , me destinaron a un banco. El trabajo de primer año en este tipo de empresas suele ser terriblemente mecánico. Revisar centenares de facturas, albaranes, asientos contables,... les aseguro que nada excitante. Sin embargo mi experiencia previa fue haciendo que me convirtiera en un referente para mis compañeros de proyecto. Eso unida a la inutilidad manifiesta del responsable de proyecto, hizo que poco a poco fuera asumiendo labores que le correspondían a un senior, como a si se denomina al personal que lleva alrededor de dos años en la empresa.

Mientras tanto mi vida social estaba muy influenciada por el trabajo. Por un lado solía salir los fines de semana con Gonzalo y otros compañeros suyos, que pertenecían a otro área de la empresa. El resto de la semana el trabajo no me dejaba apenas tiempo para nada más. La excepción eran los primeros jueves de cada mes en que, como regla no escrita, quedábamos los compañeros que participábamos en el proyecto. Tanto en las salidas de los sábados, como sobre todo en las de los jueves, controlaba bastante lo que bebía. De hecho en la de los jueves, al contrario que la mayoría de mis compañeros, apenas pasaba de tomarme una cerveza, a lo sumo dos. Al cabo de tres o cuatro de estas salidas, el gerente del área al que yo pertenecía, que curiosamente siempre aparecía en los bares donde quedábamos, aunque nunca figuraba su dirección en los correos que intercambiábamos para fijar las salidas, se acerco hacia mí y me pregunto que tal me encontraba en mi nuevo trabajo. Yo le respondí con precaución, en aquellos tiempos, mis superiores jerárquicos me infundían bastante respeto, que aunque el trabajo actual que estaba desempeñando me gustaba, a medio plazo me gustaría trabajar en otras áreas. Después me pregunto por la relación con mis compañeros, por el cliente, en fin por esas cosas que siempre preguntan los jefes. No le dí demasiada importancia a la conversación y seguí con mi rutina diaria hasta que unos meses después finalizó el proyecto en el banco. De proyecto pase a otro muy similar para una de las grandes constructoras del país. Aunque el sector, los compañeros y el responsable eran distintos, el trabajo era muy parecido y mis actividades dentro del equipo prácticamente las mismas.

Cada vez salía menos por las noches. Los primeros meses he de reconocer que sentía una cierta excitación por la novedad y además en mi segunda salida tuve cierto éxito con una chica que conocí en un bar. Sin embargo, aquel pequeño éxito fue una especie de espejismo, que no se repitió. Las chicas que frecuentaban los bares a los que íbamos, todos por la zona de Salamanca o Chamartín, se parecían demasiado a mis compañeras de trabajo, cuando no eran efectivamente compañeras de trabajo. Estas chicas, que tengo que reconocer que me atraían mucho físicamente, tan guapas y tan arregladas como iban siempre, me resultaban inaccesibles. Además tampoco tenía el aliciente de entretenerme con ellas mediante alguna de mis poco convencionales conversaciones. En cuanto ensañaba algún tema extraño, si no se iban al instante, redirigían la conversación a los asuntos que les interesaban: el precio de las casas, el modelo de coche que se querían comprar o, lo que es peor, algún tema profesional francamente aburrido. En fin, aunque algún que otro fin de semana quedaba con el grupo de Gonzalo, cada vez dedicaba más los sábados y domingos a salir con en bici. Así empece a conocer la sierra y a subir puertos cuyos nombres me sonaban de la Vuelta: el Alto de la Cruz Verde, Los Leones, Navacerrada, Cotos, Abantos, La Morcuera o Canencia. Creo que fue al año y poco de llegar a Madrid, en el segundo verano que pasaba en la capital, cuando la frecuencia y distancia de mis salidas ciclistas llegó a su límite máximo. Recuerdo con verdadera añoranza aquellas excursiones de cerca de cien kilómetros en los que llegaba exhausto a Madrid, pero con toda la carga de energía que a mí me supone pedalear durante horas bajo un sol intenso.

Por aquella época, solía terminar mis fines de semana quedando con Gonzalo, y a veces con algún compañero más, para ir al cine, y a veces al teatro, las tardes de los domingos. Siempre tomábamos algo, bien antes bien después, en alguna cafetería cercana. La melancolía de esas tardes, que siempre he pensado que es producida más por la sensación de no haber aprovechado el fin de semana que por la amenaza del inminente lunes, ayudaba a las confidencias. Casi nunca hablábamos de trabajo, sino de las cosas que realmente importan: el amor, la muerte, la religión, la literatura,... Tengo grabada alguna de estas conversaciones como si se hubiera producido ayer. Recuerdo con especial intensidad la tarde en que Gonzalo, cuya posición ante la religión fluctuaba entre el agnosticismo y la indiferencia, me contó su concepción del paraíso y el infierno. Decía que él pensaba que en el momento de nuestra muerte pasaba toda nuestra vida por delante, y que en ese fugaz instante el hombre se daba cuenta de si su vida había servido para mejorar la vida de los que tenía a su alrededor o para empeorarla. Y ese decisivo momento poseía una intensidad tal, que se convertía en el cielo para los misericordiosos y en el infierno para los taimados. Me parece una de las ideas más poderosas y, porque no decirlo, poéticas, que he oído jamás. Cuando acabo de comentármelo le pregunté si lo había leído en algún sitio. Se me ha quedado grabada su sonrisa irónica cuando me contestó algo así como si yo no le veía capaz de tener ideas originales.

También fue en alguna de aquellas tardes cuando, a propósito de una película que habíamos ido a ver sobre Orson Welles, me contó lo fiel que le había parecido la adaptación de "El proceso" a la obra del escritor checo. Le comenté que aunque no había visto la película, sí que había leído la novela de Kafka. Él me pregunto que me había parecido y yo le respondí que aunque me había gustado no la consideraba la obra maestra de la que algunos hablaban. Él me insistió que la volviera a leer, que la novela tenía muchas interpretaciones y que, conociéndome como me conocía, no me iba a dejar indiferente tras una segunda lectura. Su insistencia y el recuerdo de la conversación que tuve con aquella chica años atrás hizo que empezará a leerla de nuevo. Sin embargo durante unos de mis escasos viajes a Oviedo me la deje olvidada en casa de mis padres, cuando aún llevaba poca páginas, y pasaron bastantes meses hasta que me acorde de ella y la retome.

Capitulo X

Creo que llevaba año y medio en la empresa, cuando tras varios proyectos en casa del cliente, pasé una temporada en las oficinas realizando tareas de apoyo a compañeros desplazados. Un día mi gerente me comentó que Alejandro Robles, responsable de otro área de la empresa, necesitaba la ayuda de alguien de mi área. Mi gerente me contó que le había sugerido algún compañero mio de más experiencia, pero que ante su sorpresa, recalcó esta última palabra, Alejandro había solicitado que fuera yo. He citado a Alejandro de pasada anteriormente. Aunque yo no participaba mucho en las conversaciones sobre los gerentes y socios que mantenían muchos de mis compañeros, era imposible no saber la admiración y el recelo, creo que a partes iguales, que suscitaba este nombre. Yo apenas había pasado del hola y adiós con él cuando me lo cruzaba por los pasillos. Así que con una cierta curiosidad, fui hacía su despacho a preguntarle que necesitaba de mí. Lo encontré hablando por teléfono, cuando me estaba dando la vuelta par irme, me hizo un gesto con la mano para que me quedará. Aunque la conversación era bastante banal, recuerdo que me sentí un poco incomodo escuchando una conversación que no tenía nada que ver conmigo en un despacho que no era el mío. Aproveche para examinarle, debía tener por aquella época casi cuarenta años, era alto y algo cargado de espaldas. En su cabeza destacaban unas profundas entradas y las sienes plateadas que le daban un indudable aire de persona importante. Tenía los ojos pequeños, muy pegados a la nariz y poseían un brillo que le daba una expresión ligeramente irónica. Cuando termino de hablar por teléfono, me dio la mano y brevemente me explicó lo que necesitaba. Era más bien poca cosa, responder a unas aclaraciones que le había pedido un cliente sobre una propuesta que había enviado recientemente. El tema en cuestión lo tenía bastante reciente, con lo que una vez llegado a mi sitio, me puse a escribir el documento y a las dos horas se lo envíe.

Cuando me marchaba para mi casa, coincidí en la salida con Alejando, él me dio las gracias por la rapidez con la que le había respondido y me dijo que le había gustado el enfoque que le había dado al tema y que le gustaría invitarme a unas cañas. Obviamente quite importancia a mi colaboración. Como al día siguiente era fiesta y yo no tenía ningún plan, acepte la invitación, así que nos fuimos a un bar cercano a la oficina. Tras un rato de conversación intrascendente, de repente me soltó algo así como "no sabes lo que me ha costado convencer al gilipollas de tu jefe de que fueras tú el que me ayudase con las aclaraciones, él muy cretino quería colocarme a uno de esos pelotas que tiene todo el día lamíendole el culo". Como es normal, el comentario me pilló de improvisto, pero en ese momento recordé fragmentos de aquellas conversaciones entre compañeros en las que algunos ensalzaban y otros criticaban la forma de hablar de Alejandro de algunos gerentes. Creo que tardé un rato en reaccionar y respondí que seguro que muchos de mis compañeros podría haber hecho el trabajo igual de bien o mejor que yo. Él sonrío y me dijo que los dos sabíamos perfectamente que no era así, ya que yo había destacado en este tema en varios de los proyectos que había participado. Le mire con cara de extrañeza, preguntándome como diablos sabía él eso. Él se mantuvo callado un rato manteniendo aquella sonrisa pícara que tantas veces le vi después. Estaba seguro de que mi jefe no se lo había contado, pues él apenas sabía a lo que yo me dedicaba. Tampoco era probable que se lo hubiera comentado algún cliente, porque por aquella época yo apenas trataba con ellos, dejaba la gloría, como más tarde le oí decir a Alejandro, para otros. Quedaba la posibilidad de que fuera algún compañero mío y, de nuevo rescatando alguna conversación medio olvidada, recordé que Alejandro solía tratar con gente perteneciente a todos los escalones de la empresa, desde el director general hasta el último recién llegado. Me prometí en ese momento que, en adelante, prestaría más atención a determinados temas. Mientras yo estaba ocupado con esos pensamientos ambos habíamos acabado nuestra segunda cerveza, él se pasó entonces al gin-tonic y yo, no me atreví a dar el salto y pedí una tercera caña.

Después de utilizar la botella de la tónica para remover su copa, gesto que le vería hacer tantas veces, continúo hablando sobre el área que gestionaba, me comentó que últimamente tenían mucho trabajo y que necesitaban incorporar gente para proyectos que estaban a punto de empezar. Como no estaba seguro si me estaba lanzando una indirecta, no dije nada, a pesar de que en aquel momento estaba empezando a cansarme de mis tareas y los proyectos que se llevaban en su área me parecían, a priori, más interesantes. Pasó entonces Alejandro a comentar los proyectos para los que necesitaba personal, recalcándome que prefería reclutar gente de otras áreas de la empresa antes que contratar a personal de fuera. Como seguía sin decir nada, esbozó una sonrisa y me dijo: "pero mira que eres cabrón, al final te lo voy a tener que pedir: ¿estas interesado en pasar a mi área o no?, a lo que yo le respondí que hasta ese mismo momento no sabía que aquella invitación a las cañas era tan interesada. Se echo a reir y me dijo algo así como que en la vida nada es gratis. Yo le dije que me lo tenía que pensar y el me dio dos días. Añadió que no me preocupara por mi actual jefe, que la carga de trabajo en su área había bajado, y que como él creía que yo suponía, no me tenía en demasiada buena estima por lo que no pondría ninguna pega a mi cambio.

Nos despedimos, lo último que me dijo fue que otro día, con más tiempo, tenía que llevarme a un sitio que me iba a gustar. Yo había tomado cuatro cervezas y estaba ligeramente mareado, así que decidí ir dando un paseo hasta mi casa. Cuando llegué me metí en la cama, pero me costo mucho dormirme. Entre el alcohol y la excitación nerviosa que me había producido la conversación con Alejandro, me era imposible conciliar el sueño. Presentía, y no me equivocaba, que el cambio de área, que ya en ese momento había decido aceptar, iba a suponer mucho más que abordar nuevas tareas profesionales. Finalmente me dormí, al día siguiente, aunque tenía planeado dar una vuelta larga en bici, entre el alcohol y lo poco que había dormido no me encontraba demasiado bien. Así que decidí dedicarme a ordenar y limpiar la casa y, ya por la tarde, salí con la bici a dar una pequeña vuelta hasta el Cristo del Pardo. La salida me hizo bien, ya que redujo la ansiedad que tenía en ese momento, llegue a casa, me duche, cene un poco y caí en un sueño profundo. Al despertarme, tuve la certeza de que empezaba el primer día de mi nueva vida, no sabía hasta que punto.

Capitulo XI

Cuando llegué al trabajo, llamé a Alejandro para preguntarle si podía pasarme por su despacho para comentarle mi decisión. Me dijó que prefería que, mientras no me incorporase, no se nos viese juntos, no quería que nadie pensara que se dedicaba a tocar a gentes de otras áreas. Yo protesté y le repliqué que aún no le había dicho si quería cambiarme o no, a lo que me contestó que no hacía falta que le dijera nada, que ya sabía la respuesta en el momento en que vio la cara que puse cuando me hizo la proposición. Añadió después que esa semana se iba a mandar un comunicado oficial solicitando voluntarios para incorporarse a su área y que lo mejor es que yo respondiera a ese correo como si la conversación de dos días antes no hubiese tenido lugar. También me comento que , si tenía tiempo, le gustaría que leyese cierta documentación relacionado con el proyecto en el quería que yo participará. Le respondí que sin problema, que me la mandase por correo. Me contestó que prefería dármela en mano y me cito en un bar cercano a su casa para esa misma tarde. Estaba empezando a darme cuenta de que su fama de paranoico estaba bastante justificada. De todas manera no hice ningún comentario y sólo le dije que nos veíamos entonces en el bar.

Esa tarde llegue al bar poco antes de la hora convenida. Suelo ser bastante puntual porque odio que me hagan esperar y, por tanto, tampoco me gusta poner en esa situación a los demás. Alejandro no tardo en llegar, llevaba en la mano un par de carpetas repletas de documentación y al entregármelas me dijo que no se me ocurriera llevarlas al trabjao hasta que no hubiera pasado oficialmente a su área, iba a replicarle que aún no le había confirmado el cambio, pero me pareció ridículo hacer esa puntualización cuando los dos sabíamos que la decisión estaba ya tomada.

Después de pedir un par de cervezas, nos sentamo en una mesa y me dijo "no crea que no admiro esa actitud tuya de tratar de hacer bien tu trabajo, tratando al mismo tiempo de pasar desapercibido, pero en este jodido mundo hay que hacerse valer para llegar a algo". En ese momento no pude aguantarme más y le pregunté quién le había dado tanta información sobre mí. Él sonrió y me contesto "ahora que voy a ser tu jefe no voy a ser tan gilipollas de revelarte mis fuentes", le contesté que tenía razón y que si yo fuera él haría lo mismo. Volvió a sonreir y continuo con su discurso "cuando digo hacerse valer, me refiero a evitar que otros se lleven tus méritos, sé que esto te va acostar esfuerzo, pero tienes que empezar a manejar mejor este aspecto. Debes hablar más con los cliente, conmigo, con los otros gerentes y, cuando tengas ocasión, con los socios. Esto no quiere decir que te conviertas en un pelota. Esta actitud me parece repugnante, así que no vayas por ese camino, al menos conmigo". Sonreí, iba a abrir la boca para contestarle algo pero él prosiguió "no te fíes de nadie, esta empresa, como la mayoría de las de su sector, está llena de trepas, pelotas, inútiles especialistas en hacerte responsable de sus errores, mentirosos, vagos que tienen la habilidad de apropiarse de los méritos ajenos, cínicos, chivatos y personas cuya principal dedicación es sacar información de todo él que pueden para usarla en su provecho. Así que abre bien los ojos y piensa muy bien lo qué dices, cuándo lo dices y a quién se lo dices". Intenté replicar algo pero fue imposible, Alejandro seguía con su monologo "por tanto y mientras yo no sea oficialmente tu jefe no comentes con nadie esta conversación ni la de hace dos días. Si quieres hablar conmigo, llámame a mi móvil personal desde tu teléfono particular". Iba a replicarle que todas aquellas precauciones me parecían exageradas pero no me atreví, en cambio le pregunté en que iba a consistir el proyecto en el que quería que participara. Me dijo que se trataba de analizar la situación de un banco español que una gran entidad financiera americana estaba interesada en adquirir. Se trataba de hacer una "due diligenge" del banco español, esto es, estudiar todos los aspectos de la empresa: balance, cuenta de resultados, clientes, proveedores, personal clave, incluso posibles juicios que pudiera tener pendientes. En fin, el objetivo era dar una valoración del banco español para que el eventual comprador, que era nuestro cliente, tuviera todos los elementos de juicio para decidir el precio de la operación o incluso si esta se iba o no a llevar a cabo. Le contesté que me parecía muy interesante el trabajo, a lo que contestó que se alegraba, que eso era lo más importante. Su idea era que el proyecto lo liderará Enrique, una de ñas personas de mayor experiencia en su área, y que yo fuera su segundo. El objetivo era que me empapara de todas las actividades para que fuera capaz, en un futuro, de asumir el liderazgo de este tipo de proyectos. Alejandró miró entonces su reloj y dijo que tenía que irse: me recordó que si tenía alguna pregunta me comunicará con el con el método que me había indicado. Decidí que iba a poner todo el esfuerzo posible en esta nueva etapa y, los días siguientes, cuando terminaba mi jornada, me iba a cas a estudiar la documentación que me había entregado Alejandro.

Capitulo XII

El cambio se produjo según lo previsto por Alejandro. Esa misma semana llegó la solicitud pidiendo voluntarios, yo respondí inmediatamente y a los pocos días, una persona de recursos humanos se puso en contacto conmigo para que le explicará mis motivos para solicitar el cambio. Después me llamó mi jefe para comunicarme que él no iba a poner ninguna dificultad si finalmente Alejandro aprobaba mi candidatura. La parte final del proceso fue la más rocambolesca, cuando me reuní con el responsable de recursos humanos y con Alejandro para hablar de la posible incorporación a su área. Creo que nadie habría inferido de su actitud, que el cambio había sido acordado con anterioridad. Me preguntó, como si no lo supiera, que labores había desempeñado en la compañía, cuáles habían sido mis funciones en mi antigua empresa, porque quería cambiarme y qué creía que podía aportar yo en su área. La actuación de Alejandro era tan buena que, en un momento, llegué a cuestionarme si la decisión estaba ya tomada y si aquella entrevista era sólo un trámite o por el contrario de ella dependía el que me incorporara o no al nuevo área.
Al lunes siguiente me llamaron de recursos humanos para comunicarme que el cambio estaba aprobado y que en dos semanas empezaría en el nuevo área. Esa semana y la siguiente Alejandro no estaba en la oficina, con lo que los detalles de mi nuevo trabajo me los darían en el momento de la incorporación. Como el cambio era ya oficial fui a hablar con Gonzalo, cuando le conté que me iba al área de Alejandro alabo mi valor "no sé si sabes dónde te metes, vas a trabajar como un animal y Alejandro, aunque creo que en el fondo no es mal tipo, es muy exigente".

Aquellas dos semanas pasaron muy despacio, en la oficina cada vez tenía menos que hacer. sólo cerrar temas y traspasar los que aún quedaban abiertos, así que podía marcharme pronto a casa y estudiar la documentación de Alejandro, y un par de libros relacionados con el tema que me había comprado recientemente. Estaba ansioso por enfrentarme al nuevo proyecto y esa ansiedad hizo que pusiera tal empeño en el estudio que el lunes que empecé a trabajar en el proyecto tenía un conocimiento bastante amplio de la empresa que ibamos a analizar.

Ese lunes, después de que me cambiaran de ubicación, Alejandro me llamó a su despacho y con esa sonrisa tan característica suya me dijó "tenías que ver la cara de acojone que tenías el día de la entrevista". Yo le respondí que me había sorprendido su actuación, y el me contestó que era necesaria, que ni la gente de recursos humanos ni mi anterior jefe debían sospechar nada. "En cualquier caso, lo importante es que has llegado justo a tiempo, el miércoles vienen los americanos para que le presentemos el plan de proyecto y el lunes empezamos en el banco". A la reunión acudiríamos por nuestra parte Enrique, él y yo. Alejandro me comentó que la presentación la estaba preparando Enrique, pero quería que le echase una mano en lo que necesitara y, sobre todo, que me la estudiase como si yo fuera a liderar la reunión. Con Enrique había coincidido ocasionalmente por temas de trabajo. Aunque no había tratado mucho con él hasta ese momento, tenía bastante buena opinión de él. Me parecía un profesional muy serio y una persona bastante abierta en el trato personal. Cuando Alejandro me acompaño hasta su mesa nos lo encontramos, como muchas veces después lo vería, absorto en su trabajo, ligeramente despeinado y con la camisa por fuera. Estaba estudiando un documento que tenía subrayado y repleto de anotaciones. Su mesa estaba llena de papeles amontonados de cualquier forma y, mientras leía el documento, chupaba con fruición un bolígrafo. AL acercarnos levantó la cabeza y me dijo "no sabes las ganas que teníamos de que incorporaras, tengo aquí un encargo que lleva tu nombre". Alejandro aprovecho para marcharse a una reunión y nos dejó solos. Enrique me contó lo que necesitaba de mí y, al rato, estaba trabajando en mi mesa en la parte de la presentación que me había encargado. El elaborar mi parte, adaptarla al esquema que había utilizado Enrique y estudiar el resto de la presentación me llevo tanto tiempo que apenas dormí cinco horas entre las dos noches que había hasta la presentación. Y eso que todo lo que había estudiado antes de mi incorporación me había servido de mucha ayuda. No quiero ni pensar que hubiera pasado si me hubiera encontrado con ese encargo sin la preparación previa a la que me había sometido por iniciativa propia.

Capítulo XIII

El día de la reunión, a pesar de lo poco que había dormido, me levanté con la sensación de que aquel era uno de esos días que merece la pena ser vivido. A la reunión vinieron tres personas del banco americano. Fue una jornada agotadora. Tras la presentación, que dieron conjuntamente Alejandro y Enrique, llegaron una serie de preguntas por parte de los americanos que parecía que no iba a tener fin. Yo, que no había conseguido meter baza, en parte por la locuacidad de mis dos compañeros y en parte por mis temores a meter la pata., seguí sin abrir la boca durante las primeras preguntas. Hasta que una de las preguntas tocó uno de los temas que había preparado. Enrique empezó a contestarla, pero aproveché una pequeña vacilación suya para completar su respuesta. Los americanos quedaron satisfechos con mi explicación y pasaron a la siguiente pregunta. La reunión con una pequeña pausa para comer, termino a las ocho. Después de la reunión habíamos quedado a cenar en un restaurante del centro. Los americanos se iban a la mañana siguiente y la reunión había ido bastante bien, así que la cena estuvo muy animada. Tras la cena nos fuimos a tomar unas copas a un pub cercano, del que salimos a las cinco de la mañana. Cuando nos íbamos a dormir Alejandro nos dijo a Enrique y a mí "mañana a las nueve nos vemos en mi despacho, ha salido mucho trabajo de la reunión y tenemos que dejarlo todo preparado para que el lunes, cuando lleguemos al banco, no haya ni un cabo suelto", y dirigiéndose a mí añadió "por cierto has estado muy bien en la reunión ha pesar de lo poco que has hablado. Espero que a medida que vaya avanzando el proyecto, participes mucho más en las reuniones". Aquellas palabras, en vez de servirme de advertencia ante el ritmo de trabajo que se avecinaba, supusieron un revulsivo y cuando al día siguiente nos juntamos los tres empecé a sugerir una serie de ideas que fueron muy bien recibidas por Enrique y Alejandro. Teníamos cuatro días, incluyendo el sábado y el domingo para cerrar el plan de trabajoy no había tiempo que perder. Alejandro nos indico las cuatro personas que participarían en el proyecto con nosotros. Enrique y yo, eramos los encargados de decidir a que iba a dedicarse cada una de ellas. Como Enrique los conocía más, fue él en primera instancia quién repartió el trabajo. Estas cuatro personas eran recien tituladas. El que más, llevaba seis meses en la empresa. Yo no llevaba muco más que ellos pero la poca experiencia adicional que tenía, el tiempo que había invertido en preparar el tema y, sobre todo, las ganas que puse hicieron que nadie viera extraño que yo fuera el segundo del proyecto y que me convirtiera en el referente para determinados temas.

Aquellos cuatro días fueron una buena muestra de lo que sería el ritmo de trabajo durante el proyecto: reuniones maratonianas, redacción de documentos, elaboración de la planificación, preparación de cuestionarios,...aunque Enrique y yo eramos los primeros en llegar y los últimos en salir, el resto del equipo tampoco se quedaba atrás.

El lunes que desembarcamos en el banco, creo que está es la palabra más adecuada, todo salió según lo planificado. Las entrevistas iban a buen ritmo y las reuniones entre nosotros para poner en común la información funcionan perfectamente. Esto, junto con el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, permitía que los hitos se fueran cumpliendo. A medida que iban pasando las semanas me daba cuenta de que los empleados del banco nos miraban, especialmente a Enrique y a mí, de una manera extraña, con una mezcla de temor, admiración y respeto. Un día se lo comenté a Enrique y me dijo que eso era normal en ese tipo de proyectos. Se llegaba en un momento de incertidumbre, en el que la empresa estaba a punto de ser adquirida y nosotros eramos los responsables de informar a los nuevos propietarios de lo que funciona bien y de lo que funcionaba mal. "La gente entonces sobrestima nuestro trabajo, piensan que vamos a ser nosotros quienes decidan su futuro y, a veces, como no conocen a los futuros dueños, nos confunden con ellos".

Así iban pasando los meses, mis jornadas de trabajo podían llegar a las catorce horas. Comía y cenaba fuera y llegaba a casa sólo para ir a dormir.Los fines de semana, aunque no solía ir a la oficina, sí dedicaba algunas horas a trabajar los sábados. Pero a pesar de todo estaba satisfecho, creía que mi vida empezaba a tomar la dirección adecuada.


Capítulo XIV

Alejandro venía cada semana o, como mucho, cada dos para reunirse con Enrique y conmigo seguir así la marcha del proyecto. En una de esas visitas, que tenía como objeto preparar una reunión con los americanos cuyo fin era informarles del grado de avance, le comenté mis dudas ante determinados aspectos de nuestro trabajo en el banco. Me miró preocupado y, acto seguido, me animó a que trabajara hasta conseguir estar satisfecho con el tema. "El trabajo será tan bueno como la opinión que tú tengas de él". Aunque la frase me chocó, en un principio no la relaciones con mis viejas obsesiones. Tendría que pasar algunos años hasta que esa frase encajase con otros acontecimientos hasta formar el laberinto en el que ahora estoy atrapado. Como si fuera una pieza de un puzle que por separado no tiene demasiado significado pero que unida a otras piezas igualmente poco significativas conforman una imagen que nos resulta aterradora.

El poco tiempo que me quedaba libre los fines de semana, lo dedicaba a salir de copas. Toda la tensión que acumulaba durante mis jornadas de trabajo la descargaba en aquellas salidas. Solía quedar con Enrique, que en aquel momento se había convertido en una persona muy cercana a mí, y a veces con algún amigo suyo. En vez de ir a los bares a los que solía ir con el grupo de Gonzalo, nos dejabamos caer por los de Malasaña. El ambiente era distinto, más relajado y tanto Enrique como yo nos olvidábamos de que eramos compañeros de trabajo y disfrutábamos de la noche. En aquellos bares las chicas quizás no eran tan guapas ni iban tan arregladas pero resultaban más accesibles. Y no es que consiguiera gran cosa pero al menos hablábamos con ellas, bailábamos junto, coreábamos las canciones a gritos y, a veces, sacábamos un beso más o menos apasionado, en el momento de la despedida. Sé que no es gran cosa pero nos divertíamos. Eso sí, cada vez, a base de beber más. Ya he dicho que llegó un momento en el que ni Enrique ni yo teníamos que guardar las formas el uno delante del otro. Cada uno tenía muy buen opinión del otro y esa opinión no iba a cambiar aunque un día yo le tuviera que llevar a casa porque era incapaz de tenerse en pie o viceversa.

A aquellas salidas se unía a veces mi viejo amigo Fran. Entonces el fin de semana se alargaba, en vez de salir sólo el sábado, salía los dos días. El viernes quedábamos con Gonzalo, compañero de master de Fran, volvía entonces a los bares de Chamartín, que tampoco me gustaban en aquella época. Sin embargo los sábados íbamos a Malasaña, Fran, Enrique y yo. Por alguna razón, que nunca he sabido, Enrique y Gonzalo no se llevaban muy bien, por lo que, cuando venía Fran, siempre seguíamos este esquema para no hacerles coincidir. Recuerdo alguno de aquellos sábados con verdadera añoranza. Pocas veces lo he pasado tan bien ni mi vida. Por aquella época Fran tenía una novia en Oviedo que lo tenía bastante controlado, sus escapadas a Madrid se convertían entonces en una válvula de escape. Si a eso se le unían las ganas con las que Enrique y yo afrontábamos esas salidas, la combinación no podía ser mejor. Bebíamos como si se fuera a acabar el mundo, frase que pronunció la novia de Fran un día que le acompaño a Madrid, tratábamos de abordar a cuantas chicas se nos cruzaban por el camino, saltábamos como posesos cuando ponían una canción que nos gustaba y acabábamos la noche derrotados, pero con una sonrisa de oreja a oreja en la cara. Ya sé que a esa sensación que tenía durante aquellas noches no se le puede llamar felicidad, pero en aquel momento se le parecía bastante.

Por aquella época me dí cuenta de que tenía una cualidad de la que no me había dado cuenta hasta entonces. Se manifestó primero en el trabajo, pero luego se traslado a mi vida privada, se trataba de la facilidad que tenía para tomar decisiones cuando otros dudaban. Me pasaba sobre todo con mis compañeros de trabajo con menos experiencia que yo pero también me sucedía a veces con Enrique. No solían ser decisiones transcendentales: cómo enfocar un determinado asunto en una reunión o cómo estructurar un informe, pero a pesar de ello notaba que la seguridad con la que contestaba tranquilizaba a mis compañeros. Llegué a pensar que lo importante no era elegir la decisión adecuada, como decía Alejandro no se puede estar seguro de si la decisión que has tomado es la adecuada porque nunca sabrás que hubiera pasado si hubieras elegido otra alternativa, sino asumir la responsabilidad de tomar tú la decisión. Eso era lo que pensaba en aquella época, ahora, con la perspectiva que dan los años, creo que lo que sucedió no fue que yo me diera cuenta en aquel momento de una cualidad que existía anteriormente, sino que esa cualidad afloró en aquella etapa como fruto de la confianza en mí que, poco a poco, iba ganando.


Capítulo XV

Después de seis meses extenuantes acabó el proyecto. Recuerdo la reunión final con los americanos en las que nos felicitaron efusivamente por la calidad del análisis. Al día siguiente Alejandro nos convocó a Enrique y a mí a su despacho. Hasta ese momento no habíamos podido hablar a solas del resultado de la reunión. Alejandro comentó que había que rehacer una de las conclusiones del informe para que quedará reflejado un comentario que había hecho uno de los americanos. Creo que se trataba de la única pega que nos habían puesto, y era realmente poca cosa, en un trabajo que abarcaba, literalmente, miles de páginas. Añadió que esperaba que en la siguiente ocasión no hiciera falta rehacer las conclusiones finales y pasó a comentarnos cuales serían nuestras siguientes ocupaciones. Cuando salí del despacho estaba indignado, el único comentario que había hecho Alejandro sobre el proyecto era esa nimiedad mientras pasaba por alto todos los elogios que nos había dedicado el cliente, se lo comenté a Enrique y el me contestó, con mucha calma, que esa actitud era muy típica en él, que no me preocupará, que él sabía valorar el esfuerzo de su gente con hechos, aunque no lo reconociera con palabras. "Él es de la escuela que opina que el elogio debilita", apostilló Enrique, y acto seguido cambio de tema.

No sé si me molesto más la actitud de Alejandro o la reacción, que en ese momento me pareció una mezcla de conformismo y sumisión, de Enrique. En cualquier caso se me pasó pronto, estaba a punto de llegar la semana santa y yo había decidido coger unos días adicionales para juntar casi dos semanas e irme a Asturias a descansar. De hecho ese era mi último día en el trabajo antes de cogerme esas vacaciones y decidí cerrar los flecos que me quedaban pendientes e irme pronto a casa para poder descansar y levantarme temprano al día siguiente.

Mientras conducía hacía Asturias, llevaba desde las navidades sin ir, pensaba en lo que sentía en aquellas escapadas a Oviedo. Me resultaba muy agradable volver a ver a mis padres y hermanos, así como a algunos amigos. Pero por otro lado era como dar un paso hacia atrás en el tiempo, sin importancia porque era un paso reversible que desandaría en el momento de volver a Madrid, pero era pasar de vivir mi vida sin tener que dar explicaciones a volver, aunque fuera momentáneamente, a mis años de infancia y primera juventud cuándo la vida de uno era autónoma pero no independiente. En cualquier caso, en aquel momento, aquellos reparos que sentía siempre en los viajes hacia Oviedo, estaban muy atenuados por el cansancio y las ganas de desconectar. La perspectiva de tener la comida hecha, la vida más o menos organizada, el poder salir en bici a subir el Naranco sin tener que atravesar kilómetros de calles llenas de coches o el acompañar a mis padres a dar una vuelta por el centro me resultaban francamente atractivas.

Al llegar a Asturias, después de comer me fui a mi habitación para echarme una siesta. Descubrí que debajo de unos papeles estaba el ejemplar de "El Proceso" que había comprado hace ya muchos meses y que había extraviado. Decidí empezar a leerlo desde el principio después de la siesta, ya que aunque había avanzado unas cuantas páginas poco después de comprarlo prácticamente se me habían olvidado. Me sumí en un sueño profundo del que me desperté a las dos horas con esa sensación de extrañeza que tenemos los que no estamos acostumbrados a practicar esta costumbre habitualmente. Mientras me desperezaba, estiré el brazo y empecé a leer. No tenía nada que hacer esa tarde, así que me pase casi tres horas atrapado por el libro. A medida que iba avanzando me dí cuenta de a qué se refería aquella chica, cuyo nombre no recordaba, cuándo me animaba a leer la novela. También entendí porque Gonzalo creía que el libro no me iba a dejar indiferente. Lo que más me extrañaba era que no me hubiera dado cuenta en mi primera lectura que el libro de Kafka no hacía más que hablar de mis antiguas obsesiones. En esta segunda lectura me resultó evidente no sólo que Joseph K. no hacía nada por escapar del absurdo proceso en el que estaba involucrado, sino que el proceso estaba en realidad condicionado por su voluntad. Sentí un escalofrío cuando reflexionaba sobre esto, pero no era temor lo que me dominaba en aquel momento sino una especie de íntima satisfacción: tenía la sensación de que el libro iba dirigido a un pequeño grupo de personas que entendían el mensaje y que yo pertenecía a ese selecto grupo.

Por lo demás, las vacaciones en Asturias se desarrollaron según lo esperado, salía todos los días en bici, más o menos cerca según si tenía o no planes después, daba algún paseo con mis padres y ocasionalmente quedaba con algunos de los amigos que aún vivían en Oviedo, la mayoría había salido de Asturias en busca de mejores oportunidades laborales. Aproveche esos días, como acabo de decir, para coger la bici todo lo que pude y recuperar la forma que había perdido tras meses en Madrid sin tocarla. Durante aquellas salidas disfrutaba comparando lo fácil que era practicar ciclismo en Asturias en comparación con Madrid. Tenía a mi alcance decenas de combinaciones distintas para las que no hacía falta atravesar calles plagadas de coches. Carreteras relativamente buenas sin apenas trafico que te permitían disfrutar de la bici sin necesidad de estar permanentemente en tensión. En determinados recorridos podías pasarte media hora cruzándote con menos de una docena de coches. Y esos paisajes, los valles asturianos tienen una belleza especial, sobre todo esos tramos donde apenas cabe en el valle la carretera y el río. Me parecía un lujo tener a menos de treinta kilómetros de casa subidas como La Cobertoria, La Colladiella, El Escamplero, La Gargantada, La Camperona, El Padrún, La Manzaneda, Santo Emiliano y, por encima de todas, el Naranco. Para los que no conozcáis Oviedo el Naranco no es que este pegado a Oviedo, es que es Oviedo, durante el primer kilómetro de subida atraviesas un barrio de chalets llamado Ciudad Naranco, y tras ese primer kilometro las casas se van espaciando más hasta llegar a una zona de merenderos dónde iba de pequeño con mis padres. Nada más superar esa zona te encuentras con esa joya del prerrománico que se llama Santa María del Naranco. Creo que para muchos asturianos es el símbolo arquitectónico de nuestra tierra. Doscientos metros más arriba está la también prerrománica iglesia de San Miguel de Lillo, justo a esa altura tomas la curva de herradura a la derecha que marca el comienzo la parte más dura de la subida. A partir de ese punto, si miras a tu derecha puedes contemplar una preciosa vista de Oviedo, cada vez más lejano, a medida que avanzas. Esa zona está ya absolutamente despoblada de casas y, a intervalos, te encuentras con árboles que proporcionan sombra en los días de calor. A partir del cuarto kilómetro la carretera empieza a girar a la izquierda hasta que llega un momento que dejas Oviedo a tu espalda y sólo lo vuelves a ver en la cima, cuando después del esfuerzo contemplas la ciudad a tus pies. Cuantas veces había hecho esa subida. Recuerdo que lo primero que hice cuando me regalaron mis padres mi primera bici de carretera, tenía yo catorce o quince años, fue intentar completar la subida. No lo logré, como tampoco llegué a la cumbre en los siguientes tres intentos, aunque cada vez llegaba un poco más lejos. Para no obsesionarme combinaba mis intentos al Naranco con otras salidas. Cuando a la quinta intentona llegué arriba, sentí una emoción que no se ha vuelto a repetir cuando he subido puertos mucho más duros. Parte de esa emoción la volvía a sentir cada vez que llegaba a la antena que señala el fin de la subida y se repitió las dos o tres veces que subí el Naranco durante aquellas vacaciones.

Durante esas salidas en bici, en especial aquellas más largas, reflexionaba sobre "El Proceso", creo que lo devoré en únicamente tres tardes de lectura. Me entraban entonces ganas de llegar a Madrid para comentarlo con Gonzalo. Me parecía, en aquel momento que yo no había leído nada sobre la vida de Kafka, que el escritor checo tenía que haber vivido una existencia atormentada, sospecha que se confirmó cuando conocí algo de su vida. El final, en que el protagonista es ejecutado de esa manera tan grotesca tendría que haberme servido de advertencia, sin embargo predominaba en aquel entonces la sensación de orgullo por haber entendido el mensaje sobre el temor que me debería haber suscitado ese mensaje.

Capítulo XVI

Volví a Madrid con energías renovadas. Las vacaciones me habían hecho bien, había desconectado hasta ese punto en el que tienes ganas de volver a tu trabajo. Además la tarea que me esperaba, me la había adelantado Alejandro antes de irme de vacaciones, era totalmente nueva para mí, ya que iba a participar en una propuesta de colaboración para uno de los mayores bancos del país. Ese banco había sido cliente hacía unos años y había dejado de serlo por causas que entonces desconocía. Lo que sí sabía era que en la empresa tenía un enorme interés en recuperar al banco como cliente. Si a eso le añadimos que la oferta, de ganarse, supondría una facturación muy importante, pueden entender la importancia que se le dio a la elaboración de la propuesta. Como la propuesta incluía actividades de varias áreas, se decidió que cada área involucrada aportase una persona y, Alejandro, decidió que la persona de su área fuera yo. Las personas seleccionadas por las otras tres áreas con participación en la oferta, eran gente con mucha más experiencia que yo, incluso uno de ellos era el gerente del área. Cordinándonos a los cuatro iba a estar uno de los socios con más peso en la compañía. Eso era lo que me había contado Alejandro antes de irme de vacaciones, añadiendo que me pasará por su despacho nada más regresar.

Cuando entre en su despacho me comentó los detalles de la oferta. Había que presentarla a principios de julio, por lo que quedaban tres meses por delante, pero que, a pesar de que el plazo me pudiera parecer holgado, cambiaría de opinión en cuanto fuera consciente de todo lo que requería la propuesta. "Por tanto, si necesitas ayuda de alguien del área, incluyéndome a mí, sólo tienes que pedirla". Cuándo le pregunté porque no había elegido a Enrique, al que consideraba más capacitado que yo para participar en la propuesta, me respondió algo totalmente inesperado "porque a Enrique ya lo conoce el socio y quiero que tu nombre empiece a sonar en determinados niveles". Me resultaba realmente estimulante que depositará esa confianza en mí, a esas alturas sabía que si la oferta se perdía y el socio entendía que era por culpa de nuestra parte, Alejandro lo iba a pasar muy mal tratando de explicar como había elegido una persona de tan poca experiencia como yo. Después me indicó que el lunes siguiente había una reunión interna, me entregó los requisitos del cliente y me preguntó si al día siguiente tenía planes para la hora de comer. Como le dije que no, me comento que me invitaba a comer en un restaurante un tanto alejado del trabajo. "Hay cosas que prefiero no hablarlas cerca de la oficina", fue la respuesta que me dio cuando le comenté si no estaba muy lejos el sitio que había elegido.